Es martes, son las diez de la mañana del mes de abril y el pueblo pigmeo baka de Akom se reúne en torno a Robert Okale, coordinador del proyecto de Soberanía Alimentaria de ZyL.
“Las semillas son para vuestra vida”. Los diez agricultores, hombres y mujeres del pueblo comienzan un nuevo proyecto de ahorro en forma de semillas que en un futuro les permitirá vivir de forma autónoma trabajando su propia tierra sin tener que depender del trabajo hacia la etnia bantú.
Son pioneros en romper un lazo de dependencia que les permitirá vivir dignamente como pueblo libre, un paso hacia su soberanía.
Juntos han construido un almacén donde irán guardando las semillas e irán administrándolas siempre que quieran. “Os debéis organizar, estar convencidos, tener la confianza de prestar las semillas y entender a quién prestamos las semillas. Podéis estar presentes en este proceso y aplicarlo a vuestra vida”, explica el coordinador de Soberanía Alimentaria al grupo de agricultores.
Reciben de mano del coordinador la primera formación en la creación de un banco de semillas siguiendo el modelo de ahorro camerunés de la tontine. “La tontine es una forma de ahorro tradicional de Camerún gestionado por un grupo de personas que aportan una cantidad de dinero (generalmente mensual) en común. Dicho dinero se guarda en un despacho, de manera que se utilice en beneficio de los participantes, por ejemplo, para subsanar un entierro o el traslado de un enfermo”, explica Guillermo Ros, coordinador del Plan de Autonomía y Derechos Humanos, dentro de donde se enmarca el proyecto de Soberanía Alimentaria.
“El pueblo baka conoce esta forma de ahorro con lo que la idea es aplicarla en forma de banco de semillas. Cada agricultor, además de aportar las semillas suficientes para continuar su trabajo en la campaña agrícola siguiente, deberá aportar una pequeña cantidad de más con el objetivo de prestar semillas en caso de necesidad a otras personas que por ejemplo, no han tenido una buena cosecha.”, confirma Guillermo.
Un proyecto que ha comenzado a desarrollarse en tres pueblos de la región de Mintom (Assok, Akom y Doum) y uno en la región de Messamena (Ndjibot) y que voluntarios, trabajadores y beneficiarios trabajarán durante tres años con el objetivo de asegurar su sostenibilidad y llegando a ampliar el proyecto a otros pueblos del sur de Camerún siempre que sea posible.
Cada pueblo contará con un grupo de gestión donde los propios habitantes elijan al tesorero, secretario, presidente y vicepresidente. “Sois vosotros quienes decidís quién ocupa cada cargo: el secretario debe saber leer y escribir, el tesorero debe ser de confianza; el presidente, si así lo queréis, también puede ser secretario”, explica Robert. Así mismo, cada miembro del grupo elegirá el destino de las semillas acorde a sus necesidades.
“Es importante que todos asistamos a las reuniones para enterarnos y organizarnos, ya que los hombres son quienes limpian y talan y nosotras cosechamos y recogemos”. Quien habla es una de las mujeres agricultoras del pueblo. Todos asienten con la cabeza, haciendo una mención a aquellos agricultores no presentes.
Pasados seis meses desde la primera formación, los cuatro pueblos participantes han conseguido cerrar un ciclo agrícola finalizando con éxito la segunda campaña. «Ahora mismo, los agricultores han utilizado sus propias semillas de cacahuetes para la segunda campaña y comienzan a organizarse para acceder a los mercados», explica Guillermo. Un proyecto que comienza su segunda fase donde los agricultores recibirán una formación sobre el derecho de acceso a la tierra, comunicación con las administraciones locales y acceso grupal a los mercados. Algunos de ellos comienzan a vender sus propios plátanos en los mercados locales.
Vivir del propio alimento trabajando la tierra que les ha visto crecer. Todo ello sin perder de vista sus medios tradicionales de vida. En los próximos meses, continuarán formándose igualmente en nuevas metodologías que valoricen sus medios de vida tradicionales como pueblo pigmeo: la caza y la recolección.
Agricultoras soberanas
La primera cosa en la que piensan cada día al levantarse es en trabajar el campo. Desayunan y marchan a trabajar la tierra. A mediodía vuelven y las mujeres preparan una comida dividida en dos partes: a media tarde y a la noche. Así transcurre un día tras otro en el pueblo pigmeo baka de Akom.
Jeanne Nomo y Marie Yomé son dos agricultoras de Akom que forman parte del proyecto agrícola de Soberanía Alimentaria. Cada una de ellas posee una hectárea de la tierra que nace al lado del pueblo pigmeo baka, donde han creado su propio huerto. Cultivan maíz, mandioca, plantain, cacahuetes y macabó, dependiendo de la temporada. “Queremos tener una buen producción para dar de comer a la familia, almacenar los alimentos y poder vender parte de la producción”. Llevan trabajando el campo desde que llegaron al pueblo, toda su vida.
Una vida que no cuenta con fines de semana ni vacaciones. En el mes de diciembre los hombres limpian, en el mes de marzo las mujeres plantan las semillas y dependiendo de la variedad y el tipo de alimento, a lo largo del año van recogiendo la cosecha.
Estas dos mujeres consideran suya la hectárea de tierra ya que fueron las primeras en comenzar a trabajarla. “En Akom no tenemos problemas para trabajar la tierra, pero en otras regiones sí que hay problemas con los bantúes”. Y es que, según la propia experiencia, las tierras dependen de las personas que las han trabajado primero. “En el momento en que se trabaja la tierra, ésta pasa a ser propiedad de la persona que la trabaja”, explica Marta Arnés, coordinadora del proyecto de Soberanía Alimentaria.
Aparte de la agricultura, estas dos mujeres también practican la pesca, al igual que el resto de sus vecinos. “Cortan un tramo del afluente y secan ese tramo cortado, de modo que los peces quedan en el fondo y pueden ser recogidos. Luego vuelven a abrir el tramo”, explica Marta. “Vaciamos los manantiales y el pez que queda es el que pescamos”. Practican la pesca durante la estación seca, cuando no llueve, algo que no les permite combinar ambas actividades. “Cuando pescamos no trabajamos el campo”.
Sus padres, pigmeos nómadas, conocían la agricultura de vivir en la selva y encontrarse con campos de cultivo, pero no sabía cómo sacarle partido. Marie comenzó a trabajar la tierra a los 12 años. “Cuando coges el hábito de trabajar la tierra, comienzas a cultivar”.
“El banco de semillas tiene que ser un sitio de confianza. Tener nuestro propio campo es parte de nuestra autonomía, seremos libres de hacer lo que queramos cómo queramos”. Marie y Jeanne se miran sonrientes conscientes de ser dueñas de sus tierras. En un futuro, esperan que sus hijos continúen cultivando la hectárea de tierra como pueblo libre y soberano.
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