Por Amalia Bueno, ex presidenta de Zerca y Lejos y médico de familia

El pasado 31 de enero aparecía el primer caso de coronavirus en España. Hacía algo más de un mes que llegaban las noticias de la enfermedad en China, pero en esos momentos España y Europa en su conjunto, aún se creían inmunes.

El 9 de marzo, superábamos los 1.000 casos confirmados en España y el sábado 14 de marzo el gobierno declaraba el Estado de Alarma; ese día los casos ascendían a 9.191 y vivíamos con inquietud como esa cifra se multiplicaban exponencialmente. Estado de Alarma, confinamiento y cuarentena son estas semanas las palabras más escuchadas. Como sociedad nos enfrentamos a esta nueva realidad para la que no estábamos preparadas, y lo hacemos desde múltiples frentes y con posturas en ocasiones totalmente opuestas: las redes vecinales de apoyo mutuo han florecido en estos tiempos grises pero también expresiones próximas al fascismo se dejan ver en nuestras calles. La cuestión es ¿Qué realidad construiremos después del Covid19?

La crisis sanitaria

Como médica de Atención Primaria en Castilla y León he vivido, y sigo viviendo, en primera persona esta crisis, si bien es cierto que no con la misma intensidad que las compañeras de regiones como Madrid, Cataluña, Soria o Guadalajara.

Hoy podemos decir que tenemos unos protocolos más o menos claros sobre qué hacer (aún con muchas deficiencias), la distribución de EPIs (Equipos de Protección Individual) alcanza casi toda la geografía española y empezamos a conocer la evolución de esta nueva enfermedad. Pero el 9 de marzo, hace un mes, esto no era así. Con la emoción de la celebración del 8 de marzo aún en el cuerpo, el virus se prensentaba como poco mas que una “gripe” y seguíamos viendo pacientes con síntomas leves sin ninguna protección porque no lo creíamos necesario (¡nadie nos dijo que lo fuera!), los pacientes seguían acudiendo al centro de salud con normalidad pero esa semana todo cambió: Los servicios de urgencias hospitalarios, sobre todo en la Comunidad de Madrid, comenzaban a colapsar, empezábamos a ver la evolución rápida y drástica de pacientes con síndromes respiratorios severos que precisaban de ingreso en UCI que pronto colapsaron también. Las compañeras sanitarias y socio sanitarias (médicas, enfermeras, TCAES, limpiadoras, etc.) empezaban a enfermar con rapidez, los servicios hospitalarios y extrahospitalarios (Atención Primaria, servicios de emergencia, residencias de mayores…) veían sus plantillas mermadas justo en los momentos en que mayor afluencia de pacientes teníamos. Las cifras de pacientes aumentaban de forma exponencial, pero los materiales de protección, los test, los protocolos útiles y la coordinación entre comunidades, entre centros, entre gerencias, no aumentaba al mismo ritmo. Se ha llegado tarde. Es cierto que se han hecho muchos esfuerzos por parte del estado y de las comunidades, pero la falta de previsión sumada a un mercado mundial voraz y perverso, donde el fraude y el robo de material a pie de pista aérea están al orden del día, han tenido como resultado que todo lo que necesitábamos no llegase cuando más se necesitaba.

Hoy, tras un mes de Estado de Alarma, con la mayor parte de la población confinada, el personal sanitario comienza a ver la luz, el ritmo al que aumentan los casos baja progresivamente, los servicios de urgencias no se encuentran colapsados, y las UCI se mantienen estables (gracias al aumento de camas que los profesionales han logrado en tiempo récord en todo el territorio español). Aunque aún terribles, las cifras de víctimas diarias comienzan también a disminuir lentamente.

No podemos bajar la guardia, no sabemos si habrá nuevos repuntes, pero tampoco debemos perder la perspectiva ni olvidar lo que este mes ha dejado en evidencia. Cuando todo pase, cuando las aguas vuelvan a su cauce y podamos retomar la asistencia del día a día a nuestros pacientes deberemos también retomar la lucha por un sistema de salud pública y de calidad, equitativo, universal donde lo que prime sea la salud de cada paciente y la comunidad dejando a parte los intereses partidistas y sobre todo los intereses económicos. La marea blanca debe resurgir con fuerza renovada, como el tsunami que llega tras el terremoto.

Residencias, historia de un abandono

El colapso de nuestro sistema sanitario ha tenido una consecuencia nefasta sobre las personas mayores que viven en residencias. Las cifras son escalofriantes, se calcula que casi 8.200 personas han fallecido por coronavirus (confirmado por test o con clínica compatible) en las residencias de mayores de nuestro país. La peor parte, una vez más, se la llevan la comunidad de Madrid y Cataluña.

¿Qué nos ha llevado a alcanzar estas cifras en tan sólo 3 semanas? Varios factores han influido: Muchas de las residencias comenzaron esta crisis con una situación ya precaria, sobretodo con una grave infradotación de personal, de sobras denunciado por sus trabajadoras, familiares y otros organismos. Podemos encontrar cifras de más de 40 pacientes para una sola auxiliar. ¿Cómo puede una sola persona ofrecer la atención y los cuidados adecuados a nuestros mayores? Pero además las trabajadoras de muchas de las residencias comenzaron esta crisis “desnudas”, sin material de protección, ni para ellas ni para los residentes. Si a esta situación de base le sumamos una falta de coordinación por parte de estado, comunidades y empresas concesionarias, falta de protocolos claros y unificados en las fases iniciales, lo que obtenemos es una auténtica bomba de relojería.

La sensación que tenemos desde atención primaria en mi zona es de sobrecarga para los profesionales de nuestros centros de salud, de abandono a los residentes y sobre todo de recibir constantemente mensajes contradictorios que finalmente dejan en nuestro tejado una pelota que no somos capaces de sostener. Una vez más, como en la crisis sanitaria, la falta de coordinación nos lleva a una situación dramática.

Lo que se ha demostrado durante esta crisis es que el sistema de residencias para mayores necesita de una profunda revisión. Una vez más, necesitamos sacar de la ecuación los intereses partidistas y económicos cuando hablamos del cuidado de las personas. Debemos poner en el centro los cuidados, pues es parte fundamental de la vida, y debemos poner énfasis en el cuidado de las personas más vulnerables, como son nuestros mayores.

Respuesta de la ciudadanía, ¿es solidaridad todo lo que reluce?

En estos días vemos innumerables muestras de solidaridad en las redes sociales y los telediarios. Las redes de apoyo mutuo se multiplican en los barrios de las ciudades y en las zonas rurales. Nos emocionan cada día los aplausos que a las ocho de la tarde nos dedican a todo el personal sanitario desde los balcones. Hemos visto como organizaciones vecinales, asociaciones y ONGs se movilizan para apoyar a las personas mas vulnerables, como todas aquellas que han visto desaparecer sus ingresos a causa de la gran crisis social que acompaña a esta crisis sanitaria, pero también hemos visto muestras proto fascistas, totalitarias, racistas o xenófobas. Uno de los ejemplos más llamativos es de la denominada “Gestapo vecinal”, ese vecindario que se asoma a las ventanas para insultar a vecinas y vecinos que salen a la calle sin ni siquiera conocer las circunstancias personales de cada uno, o sanitarios que han visto como de las puertas de sus casas colgaban notas de sus vecinos pidiéndoles que se fueran, caseros que han echado a una inquilina por enfermar de coronavirus y hasta incluso presenciamos como un padre y su hija pasaban la cuarentena en un coche tras ser expulsados de su vivienda por esta misma razón. ¿Hemos perdido acaso la empatía hacia el otro?

Hemos visto actitudes individualistas, tipo “sálvese quien pueda” en los múltiples ejemplos de personas, que aún conociendo las restricciones y sabiendo que venían de un lugar de alto riesgo, decidían saltarse el confinamiento y acudir a sus segundas residencias para disfrutar de la cuarentena en un lugar mejor, exponiendo a sus vecinos de forma irresponsable.

También esta crisis ha sacado el racismo, la xenofobia y los nacionalismos. En muchos lugares se empezó a llamar al cornoavirus como “el virus chino”, el mismo Donald Trump lo llama así pese a ser ellos hoy el foco de infección más importante. Durante las primeras semanas vimos ataques racistas a miembros de la comunidad china en España. Por suerte la comunidad china no ha decidido pagarnos con la misma moneda y han mostrado su solidaridad. Por otro lado, el nacionalismo se ha exacerbado en España en estos días. Aquí en Burgos se mira con otros ojos a aquellos que proceden de Madrid o País Vasco; de antemano se les critica dando por hecho que han incumplido las restricciones y han venido durante la cuarentena, aunque en una gran mayoría son personas que viven en la zona la mayor parte del año y únicamente mantienen su tarjeta sanitaria de la otra región (como es mi caso, por ejemplo).

Y que decir de los empresarios que aprovechan la situación para aumentar su margen de beneficio, aumentando, por ejemplo, el precio de productos altamente demandados en estos días como son las soluciones hidroalcohólicas o las mascarillas. O aquellos que prefieren mantener su producción a costa de la salud de sus trabajadores y trabajadoras, como se vio en las primeras semanas (cuando se permitía el trabajo no esencial) en centros de teleoperadoras, por ejemplo.

Así que, si bien los telediarios y las redes no dejan de recordarnos lo solidarios que somos, el apoyo mutuo que florece y las bondades de esta crisis, no debemos olvidar que lo negativo también aflora. Y no debemos olvidarlo porque solo reconociéndolo, solo sabiendo que existe podremos combatirlo.

La vuelta ¿a la “normalidad”?

Si algo parece claro en esta crisis es que cuando salgamos de ella el mundo ya no será el mismo. En las manos de todas nosotras está el inclinar la balanza hacia un lado u otro.

Lo aprendido y experimentado en estas semanas podría dar lugar a que transformemos nuestra sociedad hacia el apoyo mutuo en lugar de hacia el individualismo. Hemos observado como la clase trabajadora es la que sostiene a un país, por lo que podríamos aumentar nuestra conciencia de clase y lograr mejoras en las condiciones de los y las trabajadoras. Nos hemos dado cuenta de lo realmente importante que es contar con una sanidad y unos servicios sociales públicos, de calidad, universales y con dotación de recursos suficiente, por lo que podríamos salir de esta crisis luchando porque esto siga así y no nos lo arrebaten.

Este virus, este confinamiento, ha puesto de manifiesto lo importante que son los cuidados, cuidarnos, sentirnos y valorar a las personas a las que queremos, por encima de los beneficios.

La crisis ecológica y sus efectos también han sido motivo de reflexión estas semanas. Con la ausencia de turismo, la drástica disminución de los desplazamientos (coches, aviones, camiones, etc.) y el parón de muchas industrias a nivel mundial hemos visto imágenes insólitas en todo el planeta. Los niveles de contaminación en todo el mundo han disminuido a niveles nunca vistos en los últimos años y todo esto debe hacernos pensar en como queremos que sea ese mundo tras el Covid19, qué modelo de turismo queremos, qué modelo de consumo, qué modelo de desplazamientos, etc.

Durante esta crisis, también social y económica, hemos podido constatar que la falacia de la “mano invisible del capitalismo” es solo eso, un mito. De un lado de ese hilo tiran los poderosos, las oligarquías, las multinacionales, aquellos que no quieren que el sistema cambia hacia opciones que dejen de beneficiarles. Por otro lado, estamos todas aquellas personas que pensamos que un mundo más justo no es solo posible, si no que es necesario. De la reacción y de la fuerza de la mayoría de la población que hacemos parte de estas clases populares dependerá de que lado termine cayendo ese hilo.

Que superaremos esta crisis está claro, lo que debemos plantearnos es ¿qué queremos construir cuando todo pase?