Alma Blanco Cazorla, Responsable de Salud en Camerún
7 de Septiembre 2015
Son casi las 4 de la mañana, creo, no sé…Hace unos 10 días Aurora, la Responsable de Educación nos llamó porque “tenía un follón”. Era una niña con distraes. Se la llevó al hospital de San Meligmá donde la diagnosticaron una neumonía. En vez de preferir un tratamiento en el hospital, la madre prefería llevarla al brujo ya que había oído que si iba a los blancos, nosotros la mataríamos con nuestra forma de hacer medicina. Por suerte, conseguimos tratar a la niña en el hospital hasta que mejoró y el domingo pasado pudimos traerla de vuelta a su casa.
Le di tratamiento antibiótico a la madre para una semana, de domingo a domingo. El jueves, vino contándome que se le acabaron los antibióticos, cosa que me pareció muy rara. Le di antibióticos para otra semana más (más vale que sobre) pero el sábado volvió diciéndome que se le habían vuelto a acabar diciéndome que la niña no está bien y preguntándome si podía traérmela.
La niña estaba fatal, con tan sólo tres años no podía respirar. Tenía unas heridas recientes en el pecho posiblemente hechas por el brujo, llevada por la madre quien le pagó con el dinero que sacaría la madre al vender las medicinas. Porque el brujo es caro.
En Djoum y alrededores no hay oxígeno. Para conseguirlo, tienes que atravesar una carretera complicada hasta llegar al hospital. No podíamos irnos porque sabíamos que la niña moriría durante el viaje al estar tan débil. La dejamos en nuestro dispensario y le dimos lo mejor, pensando que si la remontábamos un poco podríamos llevarla a la capital. Dimos lo mejor de nosotros, hasta mi urbasón se gastó, medicina que reservo para cuando me da alergia y me pongo mala.
Esta mañana, domingo, parecía estar un pelín mejor. O eso quisimos ver. Estaba diluviando y no podíamos salir de aquí. Ya por la noche, sobre las 03.20h escucho en mi ventana al jefe del campamento baja “Alma, viens boira comentó l´enfant respire” El jefe es su abuelo, creo que la persona que ha presionado para que la pequeña esté aquí. Lo único que hago es llamar a Carlos, decirle “Carlos, la niña”. Lo entendió y salió echando mistos.
Al cruzar al dispensario, la imagen es tan clara que da miedo, es el desasosiego de la muerte. No sabíamos muy bien que hacer. Carlos es médico pero no tenía ni una analítica para decidir. Lleva estudiando dos días, mirando todos los manuales que tenemos. Lo intentamos, lo pensamos todo y lo intentamos. Mucho.
Estamos jugando a ser dioses con nuestras manos e instintos, algo injusto. Pero para esa niña es lo mejor que le puedes ofrecer, una oportunidad de vivir con tres personas pensando solo en ella, en su corazón y sus pulmones, mirándola respirar y dando hasta la última neurona, de las inteligentes y de las que dan amor. Ahora, solo podemos darle una oportunidad de morir con dignidad.
Así que aquí estoy esperando, a las cuatro de la madrugada a que la madre asuma que su peque se muere y ver si se la quiere llevar a casa o esperar aquí. Hemos estado un rato allí, mirando impotentes los labios azules de la peque y como no para quieta. Intentando con caricias lo que no podemos hacer con oxígeno y medicinas, calmarla mientras se muere. Esperar que la poca morfina que tengo, haga efecto. Que por cierto, caduca en breve…
Cuando eso es lo único que puedes dar, “sí, es precioso”, pensará más de uno, pero no lo es. Yo quiero oxígeno y una bomba de sedo analgesia. Yo quería una puñetera UCI anteayer, a poder ser, con medicación a mansalva y un ecógrafo + eco grafista y un quirófano último modelo por si hay que operarle el corazón y muchos médicos, enfermeros y auxiliares, hasta un celador que me movilice a la peque y que no le haga daño. Y una limpiadora que haga del disipen sin insectos muertos y que huela bien.
Eso es lo que esta niña tendría si hubiera nacido donde yo nací. Es lo que yo hubiera tenido. Ella nos tiene a Aurora, a Carlos y a mí mirando y acariciando mientras pensamos. Por si se nos ilumina y encontramos una cura para la muerte. Ahora mismo tiene a una responsable de educación que esta malita, preocupada, a un médico agobiado y a una enfermera que no para de pensar “y si cuando amanezca…”. Va a morir, y lo único que podemos hacer es acariciarla, aquí. En otro lugar del mundo igual no moriría. Aquí la respuesta a qué coño pinto aquí.
8 de septiembre 2015
Son casi las 00:00h…O no sé, desde ayer que escribí no duermo. Llevo despierta casi 24 horas. Ayer le pusimos morfina para quitarle el sufrimiento y ayudarla a morir con toda la dignidad que podíamos, pero la niña se relajó y pasó toda la noche durmiendo plácidamente. Creía que nos dejaría al amanecer, al igual que Carlos y su madre, pero con los primero rayos de luz la niña se despierta con buen color, pide de comer batón de mañoc, ¡la estabilizamos! ¡Se sienta, come pescado y habla!
Vamos a por el milagro, ¡buscando un cardiólogo ya! Durante la mañana nos dedicamos a hablar con la familia, los enfermeros, el hospital de la capital: Si supera el viaje, podemos darle una oportunidad. Nos vamos a la capital donde hemos encontrado cardióloga que mañana la mira. Nos vamos sin comer y dormir esperando que la niña llegue viva. Nos montamos Carlos, Martin, la madre, la niña y yo en el coche hacia Yaundé.
Es la segunda vez que hago ese camino conduciendo, nunca he conducido por la capital y menos de noche pero da igual, porque tenemos una oportunidad y la esperanza está ahí tirando del cansancio.
Hemos preparado un botiquín con corticoides, morfina y diacepán por si tenemos que sedar a la niña. Carlos de copiloto, Martin pendiente de la vía de la niña y yo conduciendo. Carlos reevalúa a la niña cada vez que paramos, unas cuatro veces. La niña tose, “se está ahogando”, comenta Carlos. Yo no puedo más que hacer pucheros al mirar para atrás y Caros me pega para que siga conduciendo “¡¡pero no mires coño!!”.
Así conducimos durante ocho horas. Cada vez que la niña tosía, Carlos subía la música para que yo no la escuchara y me agobiara. Creíamos que moriría en el coche. Lo sabíamos. En determinados momentos nos hemos mirado y sonreído dándonos ánimos porque sabíamos lo que iba a pasar. Tener esperanza y ser realista a la vez, no suele funcionar… En los controles de policía que me paraban casi me ponía a llorar, ¿¿no ven que hay una niña que se muere?? Y así, hemos llegado al hospital. La ha visto un médico y tiene un buen enfermero volcado con ella en cuerpo y alma. Mañana la ve la cardióloga y nos dirá algo. ¿¿Va a vivir?? Pues igual no. Cuando me quejo, no me quejo de que un niño muera. La muerte esta aquí, es parte de la vida. Lo que duele aquí demasiado es ver cómo no importa que un niño muera. Pero Sandra no, Sandra va a tener su oportunidad. Hemos luchado todos los que han entrado en esa habitación el domingo para que así sea y cada socio de la ONG que ha puesto un euro para la gasolina de mi viaje hacia la esperanza, también.Ya no es una baja más, un número. Ahora es Sandra, la cardiopatía que seguro se pone buena y acaba siendo enfermera. Y si no lo hace, será nuestra peque, esa por la que luchamos hasta quedarnos sin opciones. Hasta agotarlo todo. Esto no es cooperación, esto es dignidad. Tener a un equipo pensando en ti, en cómo darte lo mejor es lo que hacemos aquí, y es una pasada. Algo dentro me dice que van a solucionarlo, que va a salir bien. Solo nos falta el final feliz. ¿¿Y si llega??Ahora a dormir, que mañana tenemos que escuchar diagnósticos y soluciones.¡¡Nos lo hemos ganado!! Sandra, su mami, Martin, Carlos y yo. Somos los más mejores que van a dormir como campeones.No me quedo con lo que me diga mañana la cardióloga, me quedo con como un equipo de gente que hace un año no se conocía, no se importaba, que hoy en día no se conoce, ha luchado sabiéndolo o no, para que Sandra tenga su oportunidad de un hospital, un enfermero, un médico, una especialista, una vía… hasta un celador que la moviliza con cariño y sin hacerle daño.
No Comments to "Diario de una cooperante: ¿Por qué hacer cooperación?"