Nuestra compañera Sonia Mankongo, coordinadora del proyecto de Educación en Camerún, nos comparte un artículo donde reflexiona sobre las medidas adoptadas en materia de educación por el gobierno camerunés, y las consecuencias que están teniendo en la población estudiantil y sus familias.
La Educación no puede esperar
En marzo de 2020, los gobiernos africanos se unieron al movimiento europeo de adopción de medidas de reacción a la pandemia del Coronavirus. Estados como el de Camerún, que en el mismo momento estaba registrando sus primeros casos importados, tardó poco en “importar” también las mismas soluciones. El 18 de marzo de 2020, el gobierno de Camerún sacó una serie de acciones en reacción a la crisis sanitaria que fragilizó la solidaridad mundial. Éstas se articulan principalmente sobre trece puntos, desde el cierre de las fronteras a la interdicción de todas las manifestaciones públicas pasando por la reducción de los movimientos interurbanos hasta el cierre de los colegios. Días después se anunció la digitalización de la escuela, la enseñanza numérica, las clases virtuales comenzando por la iniciativa “Education cannot wait”, “La educación no puede esperar”, de la Unesco. Como profesional de la educación, me pregunto cómo entendemos esta medida en un país donde:
- Solo 30% de la población tiene acceso a internet (según el informe de Hootsuite we are social de enero de 2020)?
- Sólo 20 o 25 % del profesorado tiene acceso a internet
- Tener acceso a internet no significa forzosamente saber usar un Moodle
- La electricidad todavía no llega a las zonas rurales
¿Qué pasa con el alumno “del pueblo” donde no hay electricidad? ¿Qué pasa con el profe que tiene como única herramienta de enseñanza su tiza?
¿O es que otra vez se ha dado una respuesta de clase a un problema global? ¿Otra vez el acceso a la educación se determinará según el lugar donde hemos nacido?
Respuestas globales accesibles para pocas personas
En tiempos de Covid, los coles han cerrado en Camerún pero se ha abierto la puerta al trabajo infantil, al maltrato, al rapto, a las violaciones, sobre todo, en los más vulnerables. Los niños y niñas no están en los colegios para evitar contagiarse, pero paradójicamente están en los mercados vendiendo solos o con sus padres, están en las minerías del Este de Cameroun extrayendo el oro, están en los campos… lo cual les expone todavía más al riesgo del contagio y vulnera sus derechos como niños y niñas. Sí, es cierto que hay que parar, pero no todos se pueden permitir este lujo, ni mucho menos el de tener acceso a los cursos virtuales.
Afana, una alumna de secundaria en un instituto público de Yaounde se expresa sobre el coste de la conexión a internet para poder estar en una plataforma creada entre profesores y estudiantes para poder seguir estudiando. Ella tiene que gastar 1/3 del salario mínimo de Camerún en un mes. Al lado de esto se presentan las dificultades de la disponibilidad de electricidad, la adaptación a la nueva realidad es muy dura.
Para los pueblos autóctonos como pueden serlo los pigmeos, los mbororos, los y las estudiantes más desposeídos, de las zonas rurales, esta realidad no es tan nueva, para ellos y ellas no existe el e-learning, sus profesores y profesoras no tienen acceso a formarse en enseñanza online .
Parece que en tiempos de Covid, la educación para ellos “Can wait” porque las respuestas que se dan son de clase, no son respuestas que se adaptan al profesorado formado, son para el 30 % que pueden tener acceso a internet, son para los y las estudiantes que pueden tener tablets, ordenadores, móviles y que viven en las urbes donde ( a veces) hay luz, internet y desayuno.
La pandemia nos ha hecho iguales frente a la muerte, pero nuestras condiciones sociales y el lugar que ocupamos en el mundo siguen siendo diferentes.
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