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María Rebollo

Fundadora de Zerca y Lejos ONGD

Ayer, en Harare (Zimbabwe) me paré en una especie de centro comercial con un supermercado y unos casetos de comida rápida a comprar una botella de agua. Había mucha gente. Una niña pequeña se acercó guiando a su madre-abuela ciega. Iban descalzas y muy sucias y la madre llevaba un bebe en la espalda.

Antes de que la niña llegase a hablar conmigo, según extendía la mano para pedir, se cruzó desde el otro lado del centro comercial un guardia de seguridad, con su uniforme y su porra y su metro ochenta de altura, supongo que para decirle que no molestara los clientes y que está prohibido pedir en el centro comercial. Estuvieron hablando un rato en lengua local, en un tono bajo y dulce, a pesar del ruido que había.

La niña le miraba tratando de entender lo que decía. Yo evidentemente no entendía nada pero estaba a punto de decir que a mí no me molestaban en absoluto. El guardia señala a un lugar con el dedo y la niña, el bebe y la madre se van para allá. Les seguí para ver qué pasaba y vi cómo, donde el guardia le había indicado, en una de las casetas de comida preparada, le llenaban un plato de comida a la familia con los restos de comida dejada por los clientes.

La niña, con el plato lleno en una mano y guiando a la madre con la otra mano, encontró un lugar donde podían ponerse a comer y allí se pusieron a comérselo todo.

Es difícil de expresar lo feliz (y a la vez triste) que me hizo sentir el guardia, lo importante que es estar pendiente de cada persona y saber reaccionar a cada una, como si fuera la única

No es difícil de imaginar la cantidad de mendigos que hay en cualquier capital africana. Él no tuvo en cuenta eso, él reaccionó a estas tres personas en particular, como si fueran las únicas, como si su hambre no se pudiera saciar con los que los muchos otros mendigos hubieran logrado comer hoy.

Me hizo sentir triste por no haber sido como él, por no haberles dicho vamos a comer a juntas, ¿cómo te llamas?, ¿quién eres? Me hizo pensar en el 20 de Enero de 2001. El día que para mí nació Zerca y Lejos. Ese día no pude aguantar el no poder estar ahí para atender a cada persona que sufre, por estar siempre demasiado ocupada.

Al día siguiente tenía examen de pediatría en la carrera de medicina y tenía la sensación de no haber hecho más que estudiar últimamente, sin tener tiempo ni para mirar a nadie a la cara.

Esa tarde decidí dejar la carrera y no presentarme al examen de pediatría. Según acababa de tomar esa decisión y de esa forma tan misteriosa que pasan las cosas en este mundo, salí a la calle (la calle Ferraz en Arguelles de Madrid), y justo a dos pasos, sentado en un portal, había un chico llorando a moco tendido (los drogadictos expresan muchas veces las emociones en formas que otros adultos hemos olvidado). Se llamaba Jesús, no había pagado el alquiler este mes, le habían cortado el agua y la luz y tenía un bebé. Así que nos fuimos juntos a Alcorcón a ver su piso, su bebé, su mujer, también drogadicta, y su corte de luz. La casa era una pocilga y efectivamente había bebé y no había luz.

Contactamos al dueño de la casa, pagamos al alquiler, limpiamos cada rincón y unas semanas más tarde fuimos a un psiquiatra que ayudaba a la gente a salir de la drogas. Nos cobró una fortuna por un bote de pastillas que no sirvió para nada y nos despachó en un santiamén.

En este momento necesitaba hablar de amor y de lo concreto del amor, del mundo interior que vivimos cada uno, de cómo cuando sufrimos (y todos sufrimos) necesitamos que el que pasa a nuestro lado pueda responder hoy, escucharnos hoy.

Estar ahora como si los otros mil quehaceres no existieran y hubiera un minuto para mirarnos a los ojos y sentir que nuestro dolor importa y no se resuelve tanto con dinero (que también) como con amor, el amor que vale el tiempo de pararse y estar ahí, para tí. Y no sólo los desconocidos y económicamente empobrecidos (aunque también ellos los primeros) sino cualquiera, porque, zerca o lejos, todos tenemos hambre de amor, sed comprensión y lágrimas de soledad (soledad abarrotada de gente).

Gracias por estar ahí, por vuestra amistad.

Anoche aterrice en Kinshasa, y os echo de menos.