Silvia Ruiz ha vivido un verano muy especial. Esta estudiante de 5º de Medicina de 22 años ha viajado durante el mes de julio al sur de Camerún para participar en las campañas de desarrollo integral de Zerca y Lejos. Hoy nos cuenta que ha sido la mejor experiencia de su vida y que no dudaría en volver a repetirla en el futuro.

Silvia Voluntaria de Zerca y Lejos

Durante tu estancia estuviste gran parte del tiempo realizando campañas en los campamentos pigmeos baka de la zona de Djoum ¿Cómo fue la experiencia?

En Djoum cada día íbamos a un campamento pero si el campamento era muy grande íbamos dos días. Nada más llegar dábamos charlas sobre el paludismo, la diarrea y cosas básicas para que aprendieran. Después de eso las higienistas dentales, las mujeres del proyecto Sonrisas Refugiadas Martha y Hannatou, hacían sensibilizaciones sobre salud dental. Entonces es cuando pasábamos consulta a los niños y a los adultos que estuvieran enfermos.

¿Cuál es el principal problema de salud que detectábais?

Hacíamos muchos test de malaria. Había bastantes más niños con malaria que con desnutrición. De un campamento con 50 niños, podíamos hacer 30 test y 28 daban positivo. Era una barbaridad.

El trabajo de concienciación es una parte fundamental de vuestro trabajo, ¿qué actividades realizabais?

Hacíamos juegos, teatrillos y canciones. Siempre con traductor, claro, puesto que la mayoría no hablaban francés. Para prevenir el paludismo hacíamos juegos con mosquiteras y, además, siempre lavábamos las manos de los niños con cubos de agua por el problema de la diarrea. Cuando les hablábamos de la mosquiteras muchos mayores nos decían que no tenían dinero para comprarlas. Entonces recogíamos kitokos (pequeñas bolsitas de alcohol) del suelo que equivalían al precio de una mosquitera y se los poníamos delante. Hubo una vez que el jefe de un campamento nos dijo que teníamos razón, que ellos tenían que dejar de beber para comprar mosquiteras y que sus niños estén sanos.

¿Viviste el problema del alcoholismo?Voluntarios en Camerún

Sí. Cuando llegábamos más tarde de las 10 de la mañana a un campamento nos encontrábamos a todo el mundo borracho, hombres y mujeres.

Además, tuviste la oportunidad de vivir con una familia baka durante unos días.

Fue en el campamento de N´Djibot, en Bengbis. La mujer de cada familia nos escogió a dos de nosotros para vivir con ellos durante dos días. La experiencia con mi familia fue un poco difícil porque la madre no hablaba francés. La comunicación era por gestos, señas y poco más. Pero aún así me gustó mucho, la verdad. Yo me quedaba con la mujer y nos pasábamos el día cocinando, íbamos a por agua y a ver como tenían el campo. Cocinar allí no es lo mismo que aquí, tardan un montón de horas en tenerlo todo preparado. Cocinamos arroz, cacahuetes y judías. Estábamos todos bastante asustados, pero al final estaba todo súper rico. A la hora de dormir nos íbamos a la tienda de campaña y al día siguiente otra vez volvíamos con la familia.

¿Qué tal la relación con los niños baka?

Son muy divertidos, juegan en seguida contigo y te sonríen. Al principio les daba un poco de miedo. Yo me acuerdo que había un bebé en mi familia que cada vez que me veía se ponía a llorar, me tenía pánico. Pero se fue acostumbrando a mi presencia y al final hasta me dejaba cogerle.

¿Te has sentido profesional en Camerún?

Yo he disfrutado más de estar en medio de la selva con dos guantes, sin medios y haciendo lo que podía, como una pequeña exploración a un niño, que en España en el hospital haciendo una resonancia magnética. Me ha encantado.

Silvia Ruiz de Castañeda

¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de tu estancia como voluntaria?

Hay una pobreza bestial. Ver una casa que son cuatro palos, entrar y que haya un somier roto donde duermen todos y cuatro cacerolas, y que eso sea todo lo que tiene la familia. Yo pensaba: ¡la de cosas que tengo yo! Entro a mi casa y está llena de muebles y ellos sólo tienen eso y ya está. Me chocó un montón. Además, cuando ibas a los puntos de agua veías que era un charco asqueroso con fango en la superficie. La gente cogía de ahí el agua y bebía. Pensabas, ¿cómo no se van a morir de diarrea?

¿Ha habido algún momento de tu viaje que te haya marcado de verdad?

Sí. Un día llegamos a un campamento y encontramos a un niño con una hidrocefalia muy avanzada. La familia nos contó que llevaba dos años sin hablar, no andaba y se hacía pis. Tendría 4 o 5 años. Verle tan mal y no poder hacer nada me dejó marcada. Cuando ves a un niño con paludismo le das las pastillas, o con malnutrición te lo llevas para intentar salvarle, pero con ese niño no podías hacer nada.

Pero también hay momentos positivos que lo compensan todo ¿verdad?

Hubo un caso de una niña enferma de tuberculosis que además estaba desnutrida. No la daban de comer porque la acusaban de ser bruja. Estaba muy grave y nos costó mucho conseguir que pudiera ir al hospital. Finalmente lo conseguimos y esa historia nos enorgullece mucho.

¿Repetirías en el futuro?

Seguro. El mes que he estado en Camerún he sido feliz. Estar allí con una gente que no tiene nada pero que te abre su casa es increíble y los niños son súper cariñosos Me gustaría volver de larga estancia pero es difícil encajarlo. La idea de estar allí un año me encanta. Me encanta Camerún y quiero volver.

Voluntariado en Camerún

“El caso que más me llegó, y yo creo que a todo el grupo, fue el de Mengue Mireille. Una pequeña de 8 años abandonada por sus padres, con una tuberculosis avanzadísima y desnutrida. Recuerdo que, mientras convencían a su familia para que alguien la acompañara al hospital, ella estaba sentada en una mesa cabizbaja y con mucha fiebre. Me costó un montón, de hecho no conseguí arrancarle una palabra y no me miró ni una vez a los ojos, pero conseguí ganarme su confianza. No se me olvida su mirada asustada, esa tos tan horrible y lo fuerte que se agarraba a mi camiseta cuando la tenía en brazos. No podía hacer nada por ella. Ni convencer a su familia, ni curarla, ni arreglar su situación de abandono. Y a la vez hice todo lo que podía hacer: abrazarla, acariciarla, y darla todo el cariño que podía. Y eso es para mí el voluntariado. Eso es el significado que tiene y el motivo por el que decidí formar parte de esta ONG. Dar amor, dar todo el amor que tengo a las personas que sufren tan injustamente”. Silvia Ruiz de Castañeda, estudiante de medicina y voluntaria de Zerca y Lejos.