«Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre –y, al mismo tiempo, para la mayoría de nosotros, nada más lejos que el hambre verdadera», fragmento del libro “Hambre”, Martín Caparrós.

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En el pueblo baka de Bemba II viven 21 niños, 3 de ellos tienen malnutrición severa. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la malnutrición aguda severa presente en menores de entre seis y 60 meses como “peso para la estatura inferior a 3 desviaciones típicas por debajo de las pautas de referencia de la OMS, un perímetro mesobraquial inferior a 115 mm o la presencia de edema bilateral”. Estos tres niños tenían el mismo perímetro de brazo que el mango de una raqueta.

Tamba era uno de estos tres niños. Uno de las 2,3 millones de personas subalimentadas de Camerún en un país de 23 millones de habitantes. Era, ya que hace cuatro días falleció por malnutrición agudizada por una tuberculosis, una enfermedad que nunca le detectaron porque no le hicieron la prueba. Tenía tres años, era el tercero de una familia de cinco hermanos, dos de ellos con malnutrición aguda moderada. El hermano mayor tiene 17 años.

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Tamba no reía, más bien parecía asustado, y triste. Su malnutrición salió a relucir el pasado mes de julio durante una campaña de salud en el pueblo. El pueblo acababa de estrenar fuente y estaban orgullosos de poder beber agua potable. Sin embargo, Tamba era ajeno a la felicidad. Su MUAC marcó rojo, con un perímetro de brazo escasamente mayor que el de una moneda de dos euros. “Impresionaba su mal estado general, lloraba pero no se resistía a que le hiciéramos nada”, comenta Belén Palomo, coordinadora del plan de salud de Zerca y Lejos. “Lleva días tosiendo, creemos que ha perdido peso”. Su padre, Magombe Félix, contaba que habían vivido hasta hace dos meses con su hermana, quien falleció por tuberculosis.

Tras un test de malaria, Tamba dio positivo. En el test de VIH dio negativo. No es de extrañar en un país donde la mitad de hospitalizaciones responden a la malaria. Tras diez días ingresado en el dispensario de Djoum su color de piel mejoró. A partir de ese momento Tamba debía seguir una dieta basada en proteínas y papillas que le ayudaran a sanar.

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“On a perdu un des enfants de Mbemba II”

Llegó septiembre y con él la temporada de lluvias estaba presente. De los tres niños con malnutrición severa aguda, tan sólo Tamba había empeorado. Una malnutrición que no hizo más que agudizarse con el tiempo, causada por una enfermedad que no fue diagnosticada en el momento tal y como afirma Belén. “La malnutrición de Tamba se basa en la enfermedad de base que no detectamos a tiempo, ya sea VIH, ya sea tuberculosis.”

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Diouna Pie Landry, enfermero del dispensario de Minton, escribió al coordinador del plan de salud en terreno, Sergio Chuvieco, con la noticia. “De los dos niños ingresados, Tamba era el que peor estaba”.

En Camerún, 370 niños de cada 1000 recién nacidos tienen posibilidad de morir antes de los 5 años, según la Organización Mundial de la Salud. Si Tamba hubiera dormido con mosquiteras y su familia conociera de qué manera se transmite la tuberculosis, si la fuente de agua potable hubiera llegado antes al pueblo de Mbemba, Tamba podría haber luchado contra la malnutrición. “Prevenir las enfermedades como los parásitos intestinales y la malaria conseguiría que con la misma ingesta, “aprovecharan” más las calorías, pues ahora las “gastan” casi todas en la lucha del cuerpo contra la enfermedad”, afirma Belén.

Detectar la malnutrición a tiempo

“El acceso a la sanidad resulta complicado, debemos detectar los casos en los pueblos y llevarlos a Djoum. En el dispensario tienen vacunas para prevenir enfermedades pero no acuden a ponérselas.” Para Landry, resulta esencial una actuación basada en la prevención, debido a la falta de costumbre y educación del pueblo baka a acudir a los centros médicos.

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En cada pueblo baka, un animador sociocultural prepara a los estudiantes más pequeños para la escuela primaria, y también actúa como agente de salud detectando los casos graves de malnutrición y enfermedades que son trasladados al dispensario en la región de Djoum. “Si los bakas no tuvieran agentes de salud, no irían al médico, ya que no tienen el hábito de ir”, explica Landry tras dos años trabajando junto a ellos.

Desde hace un año, auxiliares de salud baka formados por ZyL visitan una vez a la semana los pueblos para hacer seguimiento de los enfermos así como detectar los casos graves igualmente. “Las estrategias móviles permiten detectar precozmente los casos de antes de que cumplan criterios de Malnutrición Aguda Severa (MAS), obviamente reduce los datos de MAS pero también de mortalidad”, explica Belén.

Unas medidas que tienen por objetivo prevenir muertes como la de Tamba. La felicidad provocada por la fuente de agua potable que hace dos meses les sacaba la sonrisa, se ha borrado por brisa de aire frío que trae consigo el problema del hambre.

Así es el hambre del siglo XXI, como lo define Martín Caparrós en el libro que lleva su nombre. «Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. Pero entre esa hambre repetida, cotidiana, repetida y cotidianamente saciada que vivimos, y el hambre desesperante de quienes no pueden con ella, hay un mundo».