La triste historia de Ota Benga, un joven pigmeo congolés que fue llevado a Estados Unidos para ser presentado en una exposición antropológica y terminó siendo exhibido en un zoológico.
Ota Benga era un pigmeo de la etnia batwa. Nació en 1883 cerca del río Kasai, en el antiguo Congo Belga. En 1904 fue vendido como esclavo y, tras ser expuesto por varias regiones de Estados Unidos, acabó en el zoológico del Bronx junto con un orangután amaestrado de nombre Dohong.
En la «Casa de los monos» se encontraba un letrero que rezaba «Pigmeo africano Ota Benga. 23 años de edad. Altura 4 pies y 11 pulgadas. Peso 103 libras. Traído desde la ribera del río Kasai, en el Estado Libre del Congo, por el Dr. Samuel Philips Verner. Exhibido cada tarde durante el mes de septiembre». La iglesia afroamericana baptista protestó enérgicamente, ya que consideraban la exhibición racista. Después lo enviaron a un orfanato en Virginia donde asistió al seminario teológico.
Más tarde trabajó en una empresa de tabaco en la que fue muy apreciado, porque era capaz de trepar hasta las poleas sin ayuda de cuerdas. Ota Benga estaba preso entre dos mundos, sin poder regresar a África y visto como una curiosidad rara en Estados Unidos. El 20 de marzo de 1916 prendió un fuego ritual, bailó una danza tradicional y se disparó en el corazón con una pistola. En los libros figura como suicidio, pero fue un asesinato: a Ota Benga lo mataron el día que lo vendieron como esclavo.
Hoy, cien años después del asesinato de Ota Benga, sería impensable que la historia de este hombre se repitiera en su forma, pero ¿y en su fondo? Los pueblos bakas y bagyelis y, por extensión, todos los pueblos «autóctonos» se encuentran en una situación de extrema urgencia: vida, esclavitud o muerte. Tienen que elegir.
¿Cuál es el lugar de los pueblos indígenas en este mundo globalizado que avanza en una sola dirección? ¿Cuál es su acceso a los Derechos Humanos básicos, como la educación y la salud? ¿Cuál es su autonomía? ¿Quién los representa? ¿Las leyes están a su servicio o sirven para asfixiarles poco a poco?
Camerún explota sus selvas vírgenes a un ritmo de un 0,3 % de su territorio cada año. El progreso está llegando a los últimos rincones del planeta. Los pigmeos de la ruta del Congo tienen asfalto, pero siguen marginados. La carretera no es más que un enorme margen que les orilla cada vez más lejos.
Tic, tac, tic, tac… El tablero del mundo ya se ha repartido. ¿Cómo jugar a un juego sin conocer las instrucciones? ¿Cómo pensar que puedes ganar la partida si no tienes ni una miserable ficha para comenzar? Ayer no hubo dados para ti; ni los habrá hoy, ni los habrá mañana. Así que solo puedes contemplar la partida desde fuera. Esta partida ya ha comenzado. Nosotros llevamos quince años explicando a cada mujer, a cada niño y a cada hombre el choque planetario que ha traído el siglo XXI. La mejor forma de hablar son las acciones. Hemos hundido nuestras manos en el barro para construir fuentes, para beber vida; hemos llorado por cada muerto esquinado y reído con cada sueño que respira, con cada familia que prospera; hemos estado al lado de los nadie, como si fueran las personas más importantes del mundo, los amamos y respetamos como si fueran el corazón mismo del planeta.
Dedicarnos como asociación a los desheredados es la causa más justa que me enseñó Zerca y Lejos. Aprendí a escuchar historias de vida y resistencia, a contar personas y no niños escolarizados, a ver dignidad y no mendigos en cada tramo de selva. Paso a paso hasta vivir un momento mágico: la lucha por la autonomía. Nuestra asociación está cada día más liderada por jóvenes bakas, bagyelis y bantúes. La enriquecen y muestran que la cultura y la historia son algo vivo, cambiante. Nosotros solo somos un actor, un actor secundario, en esta película que comenzó cuando Ota Benga se disparó en el corazón y que ahora se está rodando a fuego y lágrimas. Esta nueva generación se abre paso en la sociedad global, aportando una semilla de paz y equidad, no solo para los pueblos indígenas, sino para toda la humanidad.
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