Por Ginebra Peña Gimeno, responsable del proyecto ‘Vivamos sin Violencia’ en Perú.
Unidades de medida universales durante el confinamiento
En éstos tiempos de reclusión, el confinamiento adopta unidades de medida extrañamente universales en nuestra consciencia como son los metros cuadrados de mi casa (el que la tenga) o los megas en alta velocidad que nos conectan al mundo; la electricidad, el agua potable, el alcantarillado… de repente reclaman una especial atención en nuestro día a día porque nos hacemos conscientes de ellos, ya sea porque agradecemos inmensamente el tenerlos o porque sufrimos de forma especial el echarlos en falta. Hay otras unidades de medida que se transforman también en barómetro universal de la desigualdad que ahora nos pesa, medimos nuestros sistemas sanitarios en camas de UCI por cada 100.000 habitantes y, aquello que antes era una nebulosa que sólo intuíamos (eso de los ciudadanos de primera y de segunda), ahora sabemos que en Alemania disponen de 29,2 camas por cada 100.000 habitantes, en Francia de 11,6, en España de 9,7 … y en Perú de 2,1.
La crisis del COVID en Santo Tomás
Acá en Santo Tomás la gente vive hacinada, sin acceso al agua potable, al alcantarillado, a menudo a la electricidad, o a la salud. Las economías familiares son tan frágiles que el plato de comida depende del trabajo diario en la mayoría de las casas. Aquí no hay economía de futuro, ni salario a fin de mes, ni ahorro posible para la gran mayoría.
A pesar de que la realidad es bien distinta a la de España, las medidas de confinamiento han llegado también aquí, a las zonas remotas de la Amazonía. Globalización de las medidas en un mundo donde los recursos no están globalizados. A pesar de eso, aquí la vida se escabulle hacia las calles con mascarillas y colas interminables a un metro de distancia que resuena a la situación del mundo, no por falta de consciencia, sino porque aquí poco se puede hacer para parar al virus y mucho se debe hacer para garantizar el plato diario en la mesa. El coronavirus pasará por la mayoría de las casas, como lo hacen ya el dengue, la malaria, la anemia, las parasitosis intestinales, la leptospira, el chinkunguña, el zika o la diabetes, con las muertes que tenga que haber, silenciosas, sin medicalizar y probablemente sin diagnóstico, y el sistema sanitario no colapsará porque ya está permanentemente colapsado.
Tomémonos en estos momentos de excepcionalidad, un tiempo para devolverle al mantra vacío de la desigualdad el peso de la realidad, la experiencia de la carencia, esta situación que tanto dolor nos ha producido en apenas unos días: ese sentir que no pueden curarnos, o que los que amamos están en peligro, o que quizá nosotros mismos lo estamos; esto mismo es el día a día de la mayoría de personas en el planeta.
La amplitud de mirada tras el estado de alarma
Si en España esta crisis es suficiente para llamarla estado de alarma, aquí en Loreto vivimos un estado de alarma permanente, ésta es nuestra normalidad y ¡por esto estamos Zerca y Lejos y Suyay aquí presentes! No la normalicemos, apelemos y exijamos con nuestra fuerza, la de la opinión pública, las medidas para combatirla con la misma urgencia con que nos movilizamos para salvaguardar la vida en España. Guardemos en la memoria este dolor y esta impotencia vividas de no poder contar con los recursos necesarios para asegurar el derecho fundamental de la salud a todos. Cuando todo esto pase, cuando hayamos llorado a los nuestros, cuando hayamos puesto el dolor sobre la mesa, celebrado la vida y depurado las responsabilidades pertinentes, ahora que la vida reclama el centro de todo, ocupémonos mañana de reclamar con la misma urgencia la justicia global. Que el dolor de los demás no caiga de nuevo en el saco roto de la indiferencia.
Santo Tomás, 26 marzo 2019
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