Los baka y los bantú son dos etnias muy diferentes condenadas a vivir juntas. De estas relaciones surge una de las problemáticas más graves a la que se enfrenta el pueblo baka, la marginación y el maltrato.
El pueblo baka es una de las poblaciones más desfavorecidas de África Subsahariana. Esta etnia pigmea sobrevive gracias a la selva. Hasta no hace mucho, era una comunidad nómada que vivía de la pesca, la caza y la recolección de frutos silvestres. Hoy en día, se han visto obligados a abandonar sus campamentos y asentarse en los márgenes de las carreteras, como consecuencia de la deforestación y la preservación de las áreas protegidas.
Se organizan en grupos pequeños, donde existe un líder que aconseja al resto. Sin embargo, cada individuo es libre de tomar sus propias decisiones y oficialmente no existe ninguna estructura jerárquica. El respeto y la autonomía personal son los dos valores primordiales dentro de la comunidad.
Actualmente, siguen desarrollando sus actividades de caza y recolección, aunque sus tierras se hayan visto reducidas. Es por esto que trabajan las tierras de las comunidades bantúes, una de las etnias tribales mayoritarias de Camerún, a cambio de un plato de comida, un sueldo mínimo o, incluso, una dosis de alcohol. Esto ha llevado a las personas baka a encontrarse una situación de semi-esclavitud ante esta etnia mayoritaria.
El no reconocimiento por parte de las instituciones ni de la sociedad.
Uno de los grandes problemas que existe al respecto es que el propio gobierno de Camerún no reconoce a los pueblos pigmeos baka en sus leyes como pueblo indígena, aunque sí los clasifica como tal en la práctica. Se trata de un pueblo marginado, tanto por las autoridades, como por el resto de la población camerunesa. No reciben ayudas, su cultura no es respetada y, mucho menos, se protege su hábitat.
Pero, sin lugar a dudas, la mayor problemática es que, en muchos casos, los pueblos bantúes no han aceptado que el pueblo baka sean seres humanos al mismo nivel. Todo esto ha generado unos altos niveles de racismo y discriminación de los primeros hacia los segundos, que son tratados como ciudadanos y ciudadanas de segunda categoría y se ven en la obligación de trabajar contra su voluntad. Mientras tanto, las principales autoridades del país miran hacia otro lado, haciendo gala de impunidad.
Un bantú agarra al pigmeo Martial Akonja, de Mimbil. El bantú trata de que Martial acuda ese día a trabajar en su campo.
Las trabajadoras y los trabajadores baka se ven obligados a realizar los trabajos más duros bajo riesgo de castigo físico si se niegan. Se han dado casos de flagelación con cables hasta la tortura más terrible. Pero, a pesar de todo ello, la policía insiste en que las relaciones baka-bantú son buenas. Algunos miembros del cuerpo, incluso, declaran que es bueno que los bantúes fuercen a los baka, porque éstos son vagos y se pasan el día consumiendo alcohol y marihuana.
El hecho de que se consideren seres inferiores es un problema de educación. La alfabetización y formación del pueblo baka es fundamental para su empoderamiento e integración en la sociedad camerunesa. Desde fuera son considerados seres vagos y alcohólicos, seguramente por culpa de la mentalidad opresora de los bantúes. El reconocimiento de los derechos y libertades del pueblo baka es posible, pero el cambio requiere mucho tiempo.
El primer paso es el de concienciar a la población camerunesa de que todos son personas en igualdad de condiciones y capacidades. La clave está en la educación. La juventud es quien más acceso tiene a ella y quienes más hablan de derechos y plantan cara. Las relaciones de igualdad, respeto mutuo y colaboración serán las únicas capaces de hacer de la convivencia baka-bantú algo posible.